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Mostrando las entradas de mayo, 2005

Una de cal, una de arena

Una de arena El tipo llega a la parada. En medio de la vereda, dos chicos (uno de ocho o nueve, otro de seis o siete) se revuelcan por las baldosas, trenzados en una pelea. Una mujer de treinta y pico sale de la cola del bondi y forcejea con ellos para separarlos. Duramente: a gatas contiene al más chico, que se lo quiere comer al otro. Prácticamente tiene que pellizcarle la mano para que suelte al más grande. Tras una breve duda, queda claro que es la madre de ambos. Vuelven a la cola. Parada casi sobre el cordón, la madre cubre con su brazo izquierdo al más chiquito, que llora contra su cadera. Más hacia la izquierda está el poste del semáforo,a menos de medio metro. El más grande se abraza a él y como al descuido revolea la pierna y roza intencionalmente al chiquito, provocándolo. Se ríe de él y le hace burlas por lo bajo. El chiquito estalla de ira e impotencia; sin soltarse de su madre patea hacia atrás como un caballo. El más grande actúa un desconcierto poco creíble y devuelve c

El principio de Peter

Un camino para cada uno Aunque algunos hombres trabajan de una manera competente, he observado a otros que han alcanzado su nivel de competencia de una manera precaria, realizan su trabajo deficientemente, frustrando a sus compañeros y erosionando la eficiencia de la organización. Era lógico llegar a la conclusión de que por cada empleo que hubiese en el mundo habría alguien, en algún lugar, que no podría hacerlo. Con el tiempo y las promociones suficientes, ese alguien podría realizar dicho trabajo. Ello no incluía el simple error, la equivocación verbal, el error ocasional, que puede ser un obstáculo para cualquiera de nosotros. Todos pueden cometer un error. A través de la Historia, hasta los hombres más competentes cometieron sus equivocaciones. A la inversa, el incompetente por hábito puede, por una acción casual, acertar a veces. En cambio, yo investigaba el subordinado principio que pudiera explicar por qué tantos puestos importantes son ocupados por individuos incompetentes par

Nec plus ultra

No se si escuchas O quizas ya no sirve de nada Solo murmuras Solo me das vuelta la cara Ayer nomás Tu sol me entusiasmaba No llorabas por mi No llorabas por nada Dejaste que el dolor te curtiera la piel Ojalá no sea tarde Para volver a nacer para poder levantarte Me encantaria que estuvieras dormida Me encantaria volver a verte reir Como me gusta verte reir Hacía un par de días que esa cancioncita de NTVG se le había pegado. Le volvía a la cabeza una y otra vez. Esa mañana se fue a tomar el bondi cantándola por lo bajo. Subió al bondi, se sentó en un asiento de uno y siguió cantando. De pronto y sin que nada hiciera preverlo, cuando llegó a la estrofa que dice "Me encantaría volver a verte reír", sintió un nudo en la garganta. Cuando cantó "cómo me gusta verte reir", se le llenaron los ojos de lágrimas. Lloró en silencio, mirando empecinadamente hacia afuera para ocultarse del resto del pasaje. ¿Cuánto hacía que no reían juntos de algo...? Esa pregunta se sumó a l

Tarde

La última vez que recordaba haber llorado fue cuando se murió ese casi segundo padre que tuvo, cirrótico por el whisky. Bueno, en realidad, en el velorio. Todo iba bárbaro, considerando el mal momento, hasta que le contaron que la muerte de su compañera de toda la vida lo había conducido inexorablemente a la depresión, que ahogaba en el alcohol. Y que el sujeto -que se bajaba una o dos botellas por tarde-, a mitad de la segunda empezaba a gritar su nombre y que se dormía invocándolo a él. Ese comentario disparó todas las impotencias acumuladas que delimitaba esa muerte de alguien a quien en sus últimos años prácticamente no vió, siempre con una u otra causa, más o menos justificada... Siempre había pensado en que cuando le fuera bien iba a retribuirle todo lo que le enseñó asegurándole una buena vejez, haciéndolo partícipe de su bienestar, incluyéndolo en su éxito. Pero no llegó a tiempo. Y la impotencia se trocó en llanto desconsolado.

Mirando atrás: Cese de hostilidades

Entre una cosa y otra, llegó el cumple del tipo, que como es habitual aportó las correspondientes facturas para el desayuno. Invitó a todos en general y cada uno fue pasando por la bandeja y por el escritorio del tipo para los consabidos saludos, felicitaciones, etc. Ella no fue la excepción. Se acercó, le deseó un feliz cumpleaños, le dió un beso, preguntó cuántos, hizo las observaciones de costumbre ("¿sí? no parece, para nada..."). El tipo sobrellevó el asunto entre monosílabos y medias sonrisas y siguió con su laburo. Al tiempo, mientras el tipo esperaba la partida del micro en su asiento habitual, mirando por la ventanilla hacia el cielo soleado, escuchó una voz que le decía: "Perdón, ¿puedo sentarme acá?". Se volvió sorprendido para encontrarse con ella, que con una sonrisa traviesa y una mirada cómplice hacía lo que el tipo le había hecho con anterioridad. El tipo contestó que sí, obviamente, y en el camino descubrió que quizás no fuera actitud sobradora la d

Ella en su laberinto (*)

(*) Autora invitada: vosEnOff Él la había visto por primera vez hacía más o menos un año. Ella era nueva en la empresa y portaba unos grandes ojos curiosos que llamaron la atención de él. Ella lo registraba, pero no sobresalía del montón. Él era un tipo común y corriente. Al menos eso parecía. Supo su nombre al tiempo que él ya se había hecho de más datos personales: nombre y apellido, edad, profesión y estado civil de ella. De vez en cuando la cruzaba en algún pasillo o en los lugares para comer que los empleados solían frecuentar al mediodía, y se saludaban a lo lejos, pero no había lugar ni oportunidad ni tema para iniciar una charla. El sabía claramente que iba a la caza. Tenía la atención puesta en la presa. Cuando pudiera iba a lanzarse. Esperaba sin desesperar. Ella vivía en su mundo, en su grupo laboral cerrado y odioso, y con una familia como soporte que la contenía y le daba bastantes satisfacciones. El también tenía su familia, pero no era la primera vez que buscaba afuera

Angustia

Él decidió un día, al cabo de cuarenta años, que ya era suficiente. El tipo fue el encargado, ese día, de buscar las cosas de él. Y fue, poco tiempo después, el amigable componedor entre las partes para que la sangre no llegara al río y diferencias y posesiones se distribuyeran equitativamente.Aunque, justo es decirlo, no fue equitativo el reparto, y él, voluntariamente, llevó las de perder. Y se fue con ella. La única vez que hablaron directamente del tema, él le contó al tipo que algunos pensaban que ella lo estaba cagando. Y que no le parecía que fuera así. Que él nunca había sentido lo que sentía ahora, dijo. Y afirmó: "Y si esto es cagarme, que me caguen, nomás". El tipo comprendió que la cosa iba en serio cuando, a pesar de la ola de rumores familiares, a pesar de las disimilitudes, a pesar de los cuatro hijos de ella, a pesar de los treinta y dos años de diferencia, decidieron casarse. El tipo pensó -se convenció- que estaban locos cuando decidieron ser padres nuev