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Mostrando las entradas de noviembre, 2005

Porque lo que es ya no era...

Uno no termina con la nariz rota por escribir mal; al contrario, escribimos porque nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir. Anton Chejov vacío hastío no escribir de más no poner lo que sabés no saber lo que ponés no decir lo que sentís no sentir lo que decís no buscar lo que no tenés no tener lo que buscás no callar lo que querés no seguir mintiéndote y entonces un nuevo momento volver a empezar lo que no terminaste volver a decir lo que debe decirse volver a comprobar lo olvidado, plenamente recuperado: que tu nariz se cura.

Antitéticas

La rubiecita había subido al bondi primero. Una clásica universitaria veinteañera. Ojos claros de mirada atenta aunque lejana, saquito negro sobre remera sobre musculosa, pantalón negro tipo vaquero, cartera tipo alforja y carpetas. La morocha subió después. Retacona, con obvia ascendencia guaraní. Un poco rellenita, prácticamente sin cintura. Con una pollera cortísima que dejaba ver las piernas, siempre delgadas, de ese tipo de mujer. Pechos firmes, generosos pero no grandes, cuyas tres cuartas partes quedaban ostentosamente a la vista, levantados por un pushup y apenas cubiertos por un top fucsia cruzado, alevosa e intencionalmente abierto. El tipo notó su presencia cuando levantó los ojos en un descanso de su lectura y revoleando la vista se encontró primero con su escote y luego con la mirada intensamente violenta de sus ojos oscuros. La morocha buscaba hacerse notar, ostensiblemente. No con esa actitud falsamente seductora de las prostitutas, sino con acentuada agresividad. Miraba

En camino

El tipo había llegado a la parada para tomar el bondi. Eran cerca de las diez de la noche. Cinco o seis personas ya hacían cola. Una de ellas había prendido un pucho recién. Justificando la leyenda urbana, en la esquina dobla el bondi y arrima a la parada. La mina tira el pucho para subir. De la entrada de un local surgen dos pibes. Uno aparenta alrededor de los 10 u 11, así que debe tener 13 o 14. El otro aparenta 14 o 15, así que debe andar por los 16 o 17. El más chico se apresura a levantar el pucho casi entero. Lo saborea con fruición, sobreactuando el gesto. Un cuadro de Alonso el rostro enjuto. Los ojos marrones enormes y esa sonrisa increíblemente fresca de que son capaces esos pibes a veces, en medio de la mugre que los cubre, mucho más literalmente de lo que quisieramos. Otro pasajero ve la escena y lo mira al tipo con una cara de preocupación simpática, semisonriente, que encierra todo un mundo de reflexiones. El tipo, distraído por la escena, al ir a subir no ve el caño de