Desconfianza

El tipo había tomado el bondi para volver a casa del laburo. Serían las nueve, nueve y media de la noche. Se había sentado en el último asiento individual. La gente iba y venía y el tipo, inmerso en sus propios asuntos, prestaba poca atención.
En algún momento vio subir a una pareja. Él se sentó en el asiento doble a la altura del tipo, del lado del pasillo. Ella un asiento más adelante. Ella se dio vuelta sacando las piernas al pasillo para charlar con él.
El tipo notó que cada tanto ella miraba con disimulo y algo de repulsión a alguien sentado detrás del tipo.
Al rato, el tipo siente que le tocan el hombro y le hablan. No entiende ni jota. Se da vuelta y recibe en pleno rostro el vaho agrio de un aliento alcohólico. Un hombre con rostro del noroeste le está diciendo algo, que finalmente descifra: “Rioja y Parque Patricios…”.
El tipo asiente y le dice que sí, que el bondi lo lleva. Que se tiene que bajar dos paradas después que él. Que se quede tranquilo, que el tipo le va a avisar.
Menos de diez minutos después, el hombre del altiplano insiste. Con un tono entre suplicante y plañidero, dice “Por favoooooor, por favoooooooor” -arrastrando mucho la o- “señor, le pido, de compatriota boliviano a compatriota argentino, yo no me ubico mucho por acá y no sé en quién confiaaaar…”
El tipo se da vuelta nuevamente, hace un gesto de “qué querés que te diga…” e insiste en que se quede tranquilo, que él le va a avisar. La cosa se vuelve a repetir, dos o tres veces.
La minita ya mira al boliviano medio incómoda, mira al tipo con cara de no explicarse qué hace hablándole al otro y después pone esa cara de nada comúnmente conocida como “de perro que lo están culeando”, tan característica de nuestra clase media bien pensante cuando la realidad de la pobreza le juega esa mala pasada de salir del noticiero y pasarle demasiado cerca.
De pronto el tipo se aviva que está viajando en un bondi de la otra línea que lo lleva a su casa y que, en realidad, el boliviano se tiene que bajar no dos paradas después, sino varias vueltas después, ya que el bondi toma por adentro del parque. La explicación no es tan trivial, así que decide que en el punto correcto le va a mostrar el paredón ese, le va a decir “dobla para allá, después para allá y ahí usté se tiene que bajar”. El estado del pobre hombre no amerita una explicación muy abstracta ni muy anticipada…
Varias cuadras antes de ese punto y viendo que el bondi abandona la avenida, el muchacho de la parejita cambia de asiento, se sienta delante del tipo de costado y, él también, pregunta si el bondi vuelve al punto en que, casualmente, el boliviano debe bajar. El tipo le dice que sí y suspira aliviado: ellos le pueden avisar dónde bajar…
En eso, la minita mira al boliviano, mira a su noviecito asustada, hace un par de gestos con los ojos y le dice, moviendo los labios sin sonido: “tiene un cuchillo”. El novio mira al tipo con sonrisa cómplice, pone cara de “¿y?” y le dice a ella que no se caliente, total, en el estado que está, a quién va a joder…
El tipo ya entendió a qué se refería el boliviano: llegó a la conclusión de que estos dos no son confiables. Llegan al punto donde el tipo iba a explicar. Se da vuelta para hablarle y se lo encuentra desparramado sobre el asiento del fondo y profundamente dormido. Seis cuadras completas lo zamarrea, tratando de despertarlo para explicarle, pero no hay caso…
El tipo llega a su parada y se baja. Vaya a saber dónde se despertará ese hombre, pero pasadas las diez y media de la noche no da cruzar a pie seis cuadras de parque que incluye campamento de gente durmiendo en cajas de cartón sumadas a las seis que ahora camina sintiéndose culpable y tan poco confiable como los otros dos...

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