Mirando atrás: ¿Qué hago acá?

La segunda imagen que el tipo tenía grabada correspondía a un almuerzo.
Recién llegado, el tipo había sido invitado a sumarse al tradicional morfi findeañero. Había aceptado ipso facto, ya que en esos eventos es donde uno empieza de a poco a romper el cubito -Ginzburg dixit- con sus nuevos cumpas de laburo.
Desorientado como adán el día de la madre, el tipo montó en un vehículo al que le ofrecieron agregarse y aterrizó en el lugar elegido. La misma alma caritativa que lo llevó, lo ubicó cerca suyo en la mesa, donde el tipo todavía no distinguía pato de gallareta en el gentío.
El tipo se levantó, plato y tenedor en mano, para ir a saquear alguno de los bien surtidos mostradores del tenedor libre cuando, entrando por el medio del salón, volvió a chocar con esa mirada intensa y altiva que, esta vez, vaciló por un segundo al cruzarse con la suya, que también vaciló. Dando gracias por la distancia que los separaba y maldiciéndose por su falta de aplomo, se dirigió a por el morfi.
El tipo volvió con actitud casi subrepticia, alegrándose de no tener que cruzarse nuevamente con esos ojos inquietantes, a los que, ahora sí, finalmente, podía adosar una mujer menuda y proporcionada, de andar seguro. Un rostro agradable que le provocaba una familiaridad perturbadora, como si le conociera cada gesto. Un cuerpo menudo, firme, con evidencias de práctica gimnástica y que, tuvo que reconocer, le encantó. Y que, por suerte, no veía por ningún lado.
Hasta que llegó a su lugar.
El tipo se encontró con que la tenía sentada al lado, a su izquierda y, automáticamente, se convirtió en un muñeco de estopa. Le costaba moverse para comer naturalmente. Estaba seguro que si movía el brazo iba a tirar algo, que si intentaba hablar iba a empezar a tartamudear y que iba a decir alguna huevada insalvable, que si comía se le iba a caer la comida de la boca mientras masticaba.
Hecho un nabo, el tipo podía ver claramente por el rabillo del ojo el mantel del lugar a su izquierda sacudirse intensamente con el espasmódico zarandeo de la pierna de ella, lo que lo enervaba todavía más.
Durante todo el tiempo que duró el almuerzo, el tipo hablaba con alguien enfrente de ellos, ella hablaba con el mismo alguien, ese alguien respondía a cada uno de ellos. Pero ellos no cruzaron una palabra, una mirada, lo que reforzó aún más la incomodidad de esa no-relación que minuto a minuto se volvía más y más estridente: la ausencia absoluta de interacción voluntaria requiere de enormes esfuerzos por parte de los involucrados. La no-relación absoluta es una relación cargada de significados, en particular entre personas que se presienten una a la otra con una intensidad desconcertante.
Finalmente, se levantaron todos para volver a la empresa. El tipo huyó del lugar sin volverse hasta subir al auto que lo llevaría de vuelta.
Y tuvo la certeza, ahora sí, de que estaba en problemas.

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