Mirando atrás: Rumbo a lo desconocido

A partir del episodio del micro el tipo quedó un tanto amoscado y logró comportarse casi normalmente. Además poco a poco iba adueñándose de los sistemas que estaban a su cargo, lo que en alguna medida lo mantenía ocupado. Un día cualquiera finalmente lo invitaron a almorzar a la mesa común de un grupo de compañeros, así que tenía quién le diera charla y mantuviera su atención un tanto alejada del devenir de ella.
Una mañana notó cierto revuelo en el piso: una compañera de laburo con licencia por maternidad había venido de visita con su retoño. En la isla de su izquierda, se armó una conversación entre varios.
Ella, que atinaba a pasar por ahí, comentó algo acerca de "mi piojita", en ese tono un tanto forzado que denota el interés de que alguien nos oiga. El tipo registró el dato y al mismo tiempo registró que no sabía nada de ella, excepto que debía tener unos quince años menos que él y que a pesar de sí misma se lo tragaba como un remolino. A la hora del almuerzo pasó por el escritorio de ella y escaneó el lugar con mirada atenta, aunque rápida: nada. Casi tan limpio y ordenado como el suyo. Y una sola foto, pegada en el mamparo: una beba. Ella no usaba anillo, no había foto de ningún sujeto. ¿Cómo vendría la mano...?
Varios días después, cuando se preparaba para descender en su parada, el tipo notó movimientos en el asiento de ella, que comentaba inquieta con su compañera de viaje habitual si era ahí o no. Cuando fue hacia adelante para descender vio que ninguno de los que bajaban con él había viajado de vuelta. Notó que ella se había ido hacia el frente del bondi y miraba atentamente las calles.
Cuando el bondi se detuvo, el tipo bajó. Solo. Con el rabillo del ojo alcanzó a ver que alguien más bajaba. Vio que era ella y se agitó. Ella, también bastante insegura, apenas farfulló, sin mirarlo, que iba hacia el hipermercado cercano, dando una explicación que nadie había pedido. El tipo pensó en ofrecerse para acompañarla. Al instante supo que si lo hacía, no llegarían a terminar la primera cuadra antes de que se lanzara. El tipo estaba anonadado por la certeza de que no podría controlar sus impulsos. Entró en pánico. No habían hecho más que ocho o diez pasos, todavía con rumbos no determinados, casi paralelos. Estaban todavía sobre la acera, a dos pasos de cruzar. En el último segundo el tipo viró a su derecha, tomó la vereda por el medio alejándose de ella, mientras extendía el brazo y, sin mirarla, le decía "son seis cuadras derecho por allá".
Hizo las veintitantas cuadras hasta su casa a pie, tratando de recobrar la compostura. Y surgió por primera vez el germen de una idea que le pareció la única viable: ese quizá no fuera su último laburo, finalmente...

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