Ayer a la noche, el tipo seguía desde la notebook, en su casa, las peripecias del empaquetado final de un producto probablemente llamado a hacer historia en la informática (uno siempre cree eso...). Quince minutos antes del desastre, alrededor de las 22:45, el tipo intercambió breves y eufóricos saludos con uno de sus cumpas que estaba en la oficina todavía, cuyo último comentario fue "...y nos vamos de vacaciones!!". "Seee", contestó el tipo. Uno tras otro, fue viendo de un modo casi ritual, los "xxx signed off" de cada uno de los que iban apagando sus máquinas para irse de vacaciones luego de dos años de trabajo consecutivo e ininterrumpido. Había sido un parto que duró mucho más tiempo que el debido, y muchísimo, muchísimo tiempo más que el deseado. Media hora después, su hijo menor apareció para darle la novedad "se incendió un boliche, por once". Al rato: "hay muertos". Se acabó la película que veían con el otro hijo en el comedor....
Otrosidigo: Esta nota de Eduardo Fabregat y los comentarios asociados tampoco tienen desperdicio... Dentro de tres días se cumple un año de Cromañón. Mucho se dice y se escribe. Yo dije lo mío al calor de los hechos y un par de veces más. Hoy me encuentro con esta nota de Clarín , que me gusta para darle un posible cierre. Porque pinta un fresco amplísimo no sólo de lo que pasó ahí, sino de algunas otras cosas que pasaron antes y durante todo el año después. Vayan, lean y lagrimeen un poco. Como siempre, para abrirles el apetito, acá un pedacito: En 18 años de periodismo, la mitad de mi vida, aprendí que el destino suele preparar emboscadas. Uno puede ir hacia un lugar seguro, pero de pronto, algo que nos empuja a cambiar de dirección. Hace más de un año preparaba una nota sobre la Campaña Nacional de Alfabetización, que iba a convocar a voluntarios independientes de la política. Para poder contar la experiencia, en noviembre de 2004, hice el curso de capacitación en el Palacio Sarmie...
El jefe del tipo había decidido que todos los viernes iban a salir a almorzar, junto con el personal que quisiera acompañarlo. La empresa pagaba. Luego de un par de intentos por los bodegones del barrio, recalaron en ese barcito, en una esquina a tres o cuatro cuadras del laburo. Entraron, se sentaron y cuando empezaban a comentar qué buena temperatura tenía el lugar (refrigerado pero sin exagerar), apareció una de las hermanas que atienden el lugar. Todos los ojos de los muchachos (había una sola chica en el grupo) convergieron en el mismo lugar: El escote de la rusita. Bonita, joven, con el rostro cortés pero adusto, ostentaba una remera con breteles de hilo cuyo escote dejaba ver generosamente la curva de sus pechos hasta el límite de la sorpresa. Y una alianza en su anular izquierdo. Pidieron de comer cada cual según su gusto. La otra hermana (camisita manga corta, pantalones de hilo) se ocupó de servir. Bajo la ropa holgada se notaba un buen cuerpo. En su cara bonita destacaban d...
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