Cavilaciones

El tipo volvía caminando por la costa, sobre la arena mojada, sumido en sus propias cavilaciones.
Era el atardecer de su decimocuarto día consecutivo de playa.
Observaba, como habitualmente, la fauna humana desplegada a lo largo de cuadras y cuadras de playa y tomaba apuntes mentales sobre su comportamiento y otras yerbas (recordó, entre otras cosas, que había leído hacía poco una nota de Pavlovsky en Página, que decía que solía ponerle diálogo al lenguaje corporal de las personas que veía por la calle).
El tipo avanzaba de frente al viento norte que suele azotar las playas del partido de la costa por momentos a todo lo largo, disfrutando plenamente la novedad de no sentir frío ante su embate a a esa hora, de la misma forma en que se entretenía morosamente en el mar disfrutando la novedosa sensación de no tiritar aterido ante el frío del agua y el viento aunados. Es que desde la última vez que pisó estas playas, casi diez kilos más hacían una gran diferencia. Grandiosa, podría decirse: antes el tipo era como Tarzán después de la gripe.
Revanchas que da la vida, pensaba mientras caminaba.
Y no únicamente de esa clase. La verdad era que el tipo había salido a caminar perdido en el intenso remolino de sensaciones en que lo habían sumido las cosas que le habían ocurrido durante los últimos cinco días, tarareando y silbando distraídamente todo el tiempo partes de Nene de Antes (un tema que siempre le gustó, pero que le quedó impreso en el tímpano después de escuchar a Divididos en vivo el 24) .
Es que las emociones son como el mar.
Hay que tratarlas con respeto, porque cuando se revelan en toda su intensidad, bajo la calma aparente pueden ser inmanejables y ahogar al más pintado. Por más ducho que hubiera sido el tipo para mantenerlas a buen recaudo durante mucho tiempo.
Es que al tipo últimamente solían ocurrirle cosas inesperadas y un tanto asombrosas.
En fin. Que el tipo venía pensando en que quizás en algún tiempo, cuando ya no rozaran partes sensibilizadas, debería encontrar la manera de relatar en forma interesante hechos que -al margen de su entidad propia y específica, ora gratificante, ora inquietante, siempre sorprendente- eran, como la fiebre, síntomas que revelaban cuestiones algo más profundas.
Incluso el tipo pensó en mechar algo de ficción en el relato, para no quedar tan en evidencia, ni con las sensaciones a flor de piel ni como el flor de salame que se venía sintiendo de a ratos...
En eso andaba el tipo, cuando del mar aparece un caniche cachorrito, modelo económico, de no más de treinta centímetros de eslora, con una cabeza de payaso anaranjada entre los dientes.
El minúsculo can se para dos metros más adelante y justo, justo cuando el tipo lo alcanza, decide escurrirse el agua como sólo los perros saben hacerlo, retorciéndose desde el hocico hasta la punta de la cola.
"Un refrescante baño de realidad alternativa, podría decirse" -pensó el tipo y siguió su camino.

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