Ella en su laberinto (*)

(*) Autora invitada: vosEnOff


Él la había visto por primera vez hacía más o menos un año. Ella era nueva en la empresa y portaba unos grandes ojos curiosos que llamaron la atención de él. Ella lo registraba, pero no sobresalía del montón. Él era un tipo común y corriente. Al menos eso parecía. Supo su nombre al tiempo que él ya se había hecho de más datos personales: nombre y apellido, edad, profesión y estado civil de ella.
De vez en cuando la cruzaba en algún pasillo o en los lugares para comer que los empleados solían frecuentar al mediodía, y se saludaban a lo lejos, pero no había lugar ni oportunidad ni tema para iniciar una charla.
El sabía claramente que iba a la caza. Tenía la atención puesta en la presa. Cuando pudiera iba a lanzarse. Esperaba sin desesperar.
Ella vivía en su mundo, en su grupo laboral cerrado y odioso, y con una familia como soporte que la contenía y le daba bastantes satisfacciones. El también tenía su familia, pero no era la primera vez que buscaba afuera.
A ella le gustaba coquetear pero no histeriquear. Sabía muy bien como plantarse ante los hombres y conocía los puntos débiles del otro género.
No todos hablaban bien de ella, pero no le preocupaba. Se sentía en su mejor momento. Sabia y segura.
Poco tiempo antes había tenido un incidente con un tipo que había sido compañero de trabajo. No le cabía la dimensión que él le había dado a la relación, ni el compromiso afectivo que eso podía acarrear, ni que el tipo ocupara tiempo pensando en ella, ni el peso de la responsabilidad de que él la hubiera comparado con un muy buen amigo suyo.
Prefirió temporalmente alejarse, pero eso le dejó un sabor amargo en la boca. Ella no solía comportarse así. Tampoco era tan fácil como terminar un capítulo de un libro, dar vuelta la hoja y empezar con otro. No quería hacerlo. Le quedaba una asignatura pendiente que tendría y querría resolver más adelante. Lo apreciaba mucho.
Y volviendo a "Él" en cuestión, un día se le hizo la luz y vio la oportunidad de acercarse a ella. Encontró un intermediario, encontró el tema en común. Tuvo permiso implícito para llamarla a su interno y escribirle a su e-mail. Amasó la situación hasta que pudo acercarse lo suficiente como para que ella le dijera, tan abiertamente que se sorprendió a sí misma, y temió rebotar por las paredes y hasta por los techos: "Mirá, ya somos grandes, sabemos a donde vamos, por favor mantengámonos de este lado de la línea, del límite para acá". Fue firme y determinante, y tenía la convicción de que era posible.
Él pudo haberle respondido: "Flaca, te equivocaste, todo fue una ilusión óptica tuya"...pero no. Se asumió en su papel de cazador ante una presa desafiante que no hizo más que afianzar su intención de terminar con la empresa.
Por el momento tendría que ir más despacio, con la mentira piadosa de que se iba a mantener al margen como habían acordado. A ella le gustaba que le mintieran un poquito.
Ella descubrió en el mientras tanto que él la podía. Encontraba en este hombre las cosas que una y otra vez hallaba en los tipos que le terminaban gustando: inteligencia, calidez, seguridad, masculinidad, contención. Pero no lo asumía. Y además notaba que había piel. Esperaba los escasos momentos que podía compartir con él para disfrutarlos lo mas posible.
Llegó el día que se desdobló. Fue en su casa la esposa y madre ideal, y se animó a ser afuera simplemente ella misma. Se sintió con el suficiente valor como para poder disfrutar de la intimidad con él sin compromiso alguno. Creyó que iba a poder hacerlo sin culpa y sin que quedaran deudas. Placer por el sólo hecho del placer. Él la haría sentir muy cómoda y todo sería ideal.
Y lo fue. Superó sus expectativas. Tanto que pudo jurar que se divirtió. Fue libre, y adulta e irresponsable. Pudo volver a su casa luego de cambiarse el disquito y asumir enteramente el papel que allí le correspondía jugar. No hubo culpas, pero sí otra vez “ el sabor amargo”. No pudo evitar quererlo un poquito a partir de ese día. No se lo dijo pero se lo insinuó. Es más, por cábala ni se lo mencionó a sí misma en voz alta, jamás.
Él temió estar enamorándose y prefirió sacar de su agenda el tema muy políticamente para no sufrir ni hacer sufrir.Ella entendió también que no era momento de replantearse la vida, de modo que le quedaba un solo problema a resolver y era evitar transitar diariamente los mismos pasillos que él.

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