Piquete y cacerola

El tipo, como todos los días, sale del laburo a morfar afuera, porque sus cumpas mientras morfan hablan de laburo, y eso a él le revienta.
Así que el tipo se va hasta el bodegón de la esquina, pide un bife y una ensalada con una sevenap.
Mira distraídamente la calle (para ser más exactos, las personas que transitan por ella), mientras espera que le traigan el morfi.
Rato después, cuando el tipo ya va por la mitad del almuerzo y se terminó de servir hasta el borde de la copa la seven que quedaba, aparece en la ventana del lugar una mujer. Pinta de andar por los cincuenta -aunque vaya el tipo a saber, por ahí es más joven y la vida la cagó a palos, por ahí tiene más, pero no se le nota-, musculosa y vaquero holgados, le ofrece una de esas tarjetitas de felicidades luminosas.
El tipo niega y agradece.
Entonces la mujer, disculpándose, le pide al tipo un trago de sevenap.
El tipo le explica que sólo puede ofrecerle su copa, ya que no tiene otra, y ya se sirvió lo que quedaba.
La mujer acepta la copa, toma unos tragos, da las gracias mirándolo a los ojos y se va.
El tipo sigue escarbándose distraídamente con el escarbadientes y se termina la copa.
Paga, sale y se va a dar su vuelta habitual de diez o quince cuadras para bajar el morfi.
El sol está insoportable.

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