Mirando atrás: Si sabía no venía...

A la semana siguiente del desopilante almuerzo, el tipo había llegado a su escritorio. Encendió la compu y la dejó arrancar (era uno de los carromatos clásicos). Se fue hasta la cocina a prepararse el brebaje matinal (mate cocido o café: todavía no se había llevado su equipito de mate). Venía saliendo cuando, al final del larguísimo pasillo, la vio venir.
El tipo midió la distancia que lo separaba de su escritorio y calculó que llegaba a tiempo para no cruzarla, así que se apresuró a volver a su cubículo, que compartía con otro. Él se sentaba a la izquierda, el otro a la derecha, casi dándose la espalda y dejando un pasillo entre ambos, perpendicular al de entrada.
El tipo intentó enfrascarse en el estudio del sistema que debía mantener, pero permaneció atento a verla pasar. Ella no pasó. Escuchó que entraba en una de las oficinas al otro lado del pasillo y saludaba. Luego la escuchó emitir un "buenos días" de esos que se lanzan al aire cuando uno no sabe bien a quién saludar y a quién no.
Al rato, la vio pasar por el pasillo, detrás suyo y hacia la izquierda, con una taza en la mano. Saludó a los de la isla contigua al pasar, se metió en la cocina, dejó la taza, volvió a salir y giró hacia su izquierda dirigiéndose a los baños.
Dio varios pasos y pareció detenerse por un instante imperceptible. Como de casualidad, casi indolentemente, barrió las islas con su mirada, que se detuvo una fracción de segundo en el tipo. Sus ojos volvieron a cruzarse. Siguió su camino. El tipo se sintió confuso: se detuvo donde él lo hubiera hecho, miró como él hubiera mirado. Demasiado familiar todo. "Mejor me meto en el laburo", pensó. Pero no pudo. Sus ojos derivaban con voluntad propia hacia el final de la pared por donde ella debía reaparecer. Finalmente, ella volvió a la cocina sin mirar una sola vez hacia el tipo. Tomó su taza, salió, abrió el armario de los brebajes y ahí, justo en el instante de volver a levantarse, otra vez como al descuido, volvió a clavarle la vista. El tipo, que ya "sabía" que iba a hacer eso, la estaba esperando. Volvieron a clavarse los ojos con empecinamiento. Otro shock. Esto venía mal. Vuelta al monitor. Ella avanzó nuevamente hacia el tipo taza en mano, mirando al frente como sin verlo y se perdió detrás de él por el pasillo.
El tipo escuchó los rudios característicos de alguien que se sienta, abre cajones, enciende su máquina. Resistió el impulso de darse vuelta.
Quince minutos después, en el cristal protector del monitor vió reflejados la melenita de ella y sus ojos. Desaparecieron.
Al rato, la vio nuevamente reflejada en el monitor. "Hasta en la sopa", pensó el tipo desconcertado. Miró a su derecha, algo hacia atrás y la vió. Sus miradas se cruzaron nuevamente. Ella demoró una fracción su mirada en él. Imperceptible, casi como si no lo hiciera pero como si ella tampoco pudiera evitarlo.
Después, se sentó. Ahí. En la isla de al lado, en la misma ubicación que él, separada de su compañero por el mamparo de un metro y pico. A dos metros de distancia. Justo detrás de él. A partir de ese día, cada vez que ella se levantaba o sentaba, sus dos ojos aparecían en el monitor. Antes de seguir su rumbo y desaparecer con esa cadencia que quedaba suspendida en el aire por un segundo, indefectiblemete se clavaban en el tipo . Bang! Bang! Estás liquidado.

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